“Inexorablemente, el sol se dirigía hacia el oeste. La mitad del día ya había pasado.
Entonces, Arjuna, dándose cuenta de que había perdido demasiado tiempo en los duelos con Drona y con otros maharathas, se percató de que también necesitaba empezar a luchar en contra del tiempo y, por lo tanto, tendría que redoblar sus esfuerzos. La Gandiva parecía desaparecer de su lado. Manteniendo siempre el arco en la capacidad máxima de flexión, casi en una forma circular, ya no era capaz de distinguir los movimientos; tomar la flecha, recitar los mantras, arrojarla y tomar otra se había convertido en una misma cosa. Desde aquella arma mortal fluía una corriente ininterrumpida de dardos mortíferos que golpeaban con una precisión inhumana. Los Kuravas se llenaron de temor.
Después de un tiempo, al darse cuenta de que los caballos de Arjuna comenzaban a mostrar signos de fatiga debido a la gran carrera, se llenaron de coraje e intensificaron sus esfuerzos nuevamente. Los nobles corceles, que sangraban profusamente en varias partes del cuerpo, ahora se movían más lentamente y con menos agilidad. Jayadratha estaba todavía muy lejos.
Los soldados sentían que su sacrificio podría ser determinante para la victoria final. Desde el golpe de Arjuna, frenado a causa de la fatiga de los caballos, los grandes hermanos Vinda y Anuvinda se le presentaron de frente y le lanzaron un desafío. El duelo con los famosos soldados, conocidos en todo el mundo por su heroísmo, fue duro y espectacular, pero el impaciente hijo de Indra sintió que tenía poco tiempo y descartando la gloria de los duelos con esos buenos arqueros, se vio obligado a darle muerte a los dos a la vez.
De nuevo, él rechazó un ataque en masa de los Kuravas, ansiosos de vengar a los dos hermanos creando a su alrededor lo que parecía un desierto. Entonces Krishna dijo:
‘Arjuna, nuestros caballos están cansados, no podemos continuar haciéndolos correr de ese modo todo el día. Debemos dejarlos descansar.’
Arjuna pensó por un momento y luego dijo:
‘Tienes razón, dejémoslos. Mientras tú vas a descansar, yo voy a continuar aquí para mantener a raya a nuestros adversarios.’
Al verlo libre de la protección del carruaje, los Kuravas organizaron un nuevo ataque en masa y, como lo habían hecho el día anterior con Abhimanyu, trataron de rodearlo y lo pusieron en problemas, atacándolo por todos lados. Pero fue con gran consternación que tuvieron que reconocer que a pie el Pandava era aún más incontenible que cuando estaba en el carruaje. El pánico se extendió por todas partes y los dos se quedaron solos durante unos minutos.
‘Arjuna’, dijo Krishna, ‘aquí no hay agua. ¿Cómo podremos dar de beber a nuestros caballos?’
Después de recitar una plegaria a Varuna, Arjuna engendró con sus armas divinas un estanque de agua dulce, que a su vez fue circundada por una gruesa pared de flechas. Allí, en esa cortina impenetrable, los caballos se restauraron gradualmente.
Mientras tanto, los Kuravas, asombrados ante aquella maravilla, parecieron haber perdido todo interés en la batalla; nadie podía apartar los ojos de esos dos personajes fascinantes y la murmuración que se oía en todas partes era haciéndose la misma pregunta: ¿Qué no era capaz de hacer Arjuna?
Tan pronto como los caballos recuperaron las fuerzas, los dos volvieron a instalarse en su carruaje y, rompiendo con ímpetu el muro de flechas, reanudaron la carrera.
Duryodhana llegó exactamente en aquel momento.
Al darse cuenta de la situación se sintió desesperado: el primo ya había llegado al límite de la tercera vyuha, y ya había superado las dos que eran impenetrables hasta para los mismos dioses. Se estaba acercando demasiado a Jayadratha. Lo vio ahuyentar o dar muerte con inaudita furia a cualquier persona que se le pusiera de frente.
A continuación, el hijo de Dhritarastra, ansioso por la vida del hermano, le gritó al Pandava para que se asentara y aceptara su desafío.
Cuando comenzó el duelo, Arjuna y Krishna se encontraron con la sorpresa de que ninguna flecha podía penetrar la armadura, mientras que las armas de Duryodhana provocaban lesiones dolorosas.
El sol se avecinaba cada vez más al horizonte.
Finalmente, Arjuna entendió.
‘Amigo mío, ahora comprendo la razón por la cual el vil primo se siente tan fuerte. Es que en este momento lleva la armadura de Brahma que Drona le ha conseguido. Recuerdo que hace mucho tiempo me la mostró a mí y también me enseñó como contratacar a la persona que la lleva. Ahora, en este preciso instante, voy a destruir a ese malvado.’
Así, invocando un arma mortal, la arrojó con violencia; pero justo en ese momento se aproximaba Asvatthama, el cual viendo al Rey en peligro rompió la flecha mientras se aproximaba a gran velocidad; aquella arma no se podría utilizar una segunda vez.
Pero Partha no se desanimó.
‘No importa si el hijo del Guru ha neutralizado mi arma’, dijo con una sonrisa, ‘porque puedo hacer otra cosa. Duryodhana no sabe cómo llevar esa armadura divina. De hecho, él la usa como cuando un niño ha deslizado el vestido del padre; observa ahora cómo me las arreglo.’
En ese momento, bajo la presión de ese brazo poderoso, de la Gandiva salió un torrente aterrador de flechas con puntas finas como agujas que se clavaban en todas las partes del cuerpo de Duryodhana que había dejado al descubierto, incluso bajo las uñas y debajo de las plantas de los pies. Torturado por un dolor punzante, Duryodhana no pudo evitar escapar.
Riéndose divertidos de aquella jocosa escena, los dos espolearon sus caballos en dirección de la sucimukha-vyuha, la tercera capa, más allá de la cual estaba Jayadratha. Eran sólo tres kilómetros de distancia, pero delante tenían una poderosa formación llena de guerreros prácticamente invencibles. Arjuna tenía muchas razones para sentirse preocupado, y dijo:
‘Krishna, ahora vamos a entrar en contacto con otra vyuha donde se han colocado a los soldados más fuertes. Suena la Panchajanya, asustemos a nuestros enemigos e infundamos un renovado entusiasmo en nuestros aliados, que estando lejos, ni siquiera saben si estamos vivos o muertos.’
Cuando el vigoroso sonido trascendental se difundió en el éter, Arjuna hizo temblar la cuerda de la Gandiva. Los Kuravas, que aún no estaban a la vista, se dieron cuenta de que los oponentes más temidos venían, y se prepararon para recibirlos.
En ese punto se reunió la más alta concentración de maharathas. Delante de él, Arjuna empezó a ver a Bhurisrava, a Shala, a Karna, a Vrishasena, a Kripa, a Salya y a Asvatthama, todos seguidos por sus respectivos batallones.
En cuestión de segundos se enfrentaron, y el impacto fue tremendo.
Pero, aunque Arjuna y sus dos ayudantes luchaban con furia, se encontraron con que la tarde ya se había presentado y que el sol se ponía inexorablemente.
Entonces, redoblaron sus esfuerzos.”
Esta es una sección del libro “Maha-bharata Vol. 2”, en Espanol.
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