En el corazón devoto de Hanuman no había nada más que el abrumador deseo de llegar a Lanka y encontrar a Sita. Presionando la montaña Mahendra con fuerza sobrehumana, dio el salto. Los Vanaras lo vieron lanzarse al aire, levantando un viento impetuoso. Al pasar, el océano se agitó y se levantaron olas gigantescas.
Ravana había causado un gran sufrimiento a todos, y por eso aquellos que vieron a Hanuman dirigiéndose hacia Lanka para terminar esa desafortunada carrera sintieron una gran alegría. Incluso Varuna, la divinidad que domina el océano, sintió esta felicidad y decidió ayudar al poderoso Vanara en su empresa.
En las profundidades de las aguas había una gran montaña llamada Mainaka. Al alcanzarla, Varuna le pidió que se levantara de las profundidades del mar para ofrecerle a Hanuman un lugar para descansar.
Se dice que una vez, hace millones de años, las montañas tenían alas y volaban hacia el cielo a gran velocidad. Los Devas y los Rishis, temerosos del peligro constante de estas grandes masas voladoras, le pidieron a Indra que interviniera y cortara esas alas.
Y cuando el rey de los Devas procedió a arrojar su arma favorita, el poderoso rayo, hacia ellas, Mainaka, ayudada por Vayu, escapó. Al esconderse en las profundidades del océano, escapó de la ira de Indra. Desde ese momento, Mainaka había permanecido allí, bloqueando el camino de acceso a Patala. Mainaka estaba agradecida con Vayu por ayudarla y pensó en hacerle el favor ayudando a Hanuman. Mainaka se levantó del océano y le ofreció sus colinas al Vanara para que descansara, pero Hanuman consideró que hubiera sido una pérdida de tiempo en su misión y empujó la montaña con una mano, despejando el paso.
Mainaka admiró su fuerza y determinación, así que lo bendijo y lo dejó pasar. Hanuman continuó el viaje.
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