Para Rama, sin embargo, el tiempo pasó lenta y dolorosamente. El pensamiento de Sita lo perseguía y no lo abandonaba ni un solo momento.
Luego vino la temporada de lluvias.
Y también terminó la temporada de lluvias. Llegó el otoño y la naturaleza, saciada por el agua vivificante, floreció en toda su belleza. Viviendo entre tanta belleza, Rama sintió aún más el dolor de la ausencia de su amada.
No se había vuelto a oir de Sugriva. Embriagado por el poder y el disfrute de los sentidos, parecía haber olvidado las promesas hechas y el voto de gratitud hacia quien le había dado esas opulencias. Rama comenzó a inquietarse y enojarse.
“Laksmana, Sugriva no ha vuelto a aparecer. No quisiera que haya olvidado su promesa. Le devolví el reino y la vida, matando a Vali sin exigir nada para mí, y ahora él está disfrutando de la vida, sin preocuparse por mi sufrimiento. Ve y recuérdale a quién debe agradecer todo lo que tiene. Dile que no puedo soportar más el dolor de estar separado de Sita.”
Mucho más enojado que su hermano por el comportamiento de Sugriva, Laksmana se apresuró a llegar a la cercana Kiskindha. Su rostro no presagiaba nada bueno para los Vanaras: parecía alguien dispuesto a destruir el mundo entero.
Al verlo en esa actitud, los Vanaras que lo reconocieron temblaron de miedo y temieron por la vida de su rey y por el bien del reino. Alguien lo precedió y le anunció a Sugriva que Laksmana venía con el ceño fruncido. Cuando llegaron los mensajeros, estaba borracho y acostado en la cama con su esposa. Pero cuando se enteró de la llegada del enfurecido Laksmana, saltó de la cama atemorizado y corrió a su encuentro. Cuando lo vio, se sonrojó violentamente.
“Veo que estás muy enojado,” le dijo, “pero no he olvidado la promesa que le hice a Rama. ¿Cómo podría? Le debo todo lo que tengo. Envié a mi general Nila a reunir nuestros ejércitos. Llegarán pronto y encontraremos a Sita. No pienses mal de mi. No soy un ingrato.”
Pronto empezaron a llegar muchos Vanaras de todo el mundo. Eran tantos que parecían las olas del mar o muchos ríos inundados. Todos eran guerreros muy valientes y fieles a la misión de su rey. Era imposible contarlos, ni tener una idea de su número. Entonces Sugriva fue adonde Rama y le pidió perdón por la tardanza. Mientras los dos hablaban, innumerables Vanaras continuaron llegando.
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