“En ese momento se tenía que escoger el lugar adecuado para esconderse. De hecho, el período de tranquilidad que había seguido a la unión de Bhima con Hidimbi no había cancelado el grave problema que estaba envenenando su existencia, a saber, la persecución del primo Duryodhana.
Durante su viaje por ese intrincado bosque se encontraron con Vyasa, quien les aconsejó que fueran a Ekachakra, una pequeña ciudad situada en el este, habitada por personas piadosas y religiosas, donde pudieran visitar varios lugares sagrados. Siguiendo, como siempre, los benéficos consejos del sabio, el pequeño grupo se dirigió hacia Ekachakra.
Cuando llegaron al punto donde se divisaba el país, Arjuna se preocupó por la forma en que se suponía que se presentarían y por lo que debían hacer.
‘Ahora tendremos que disfrazarnos’, explicó. ‘No podemos dejar que nos reconozcan porque Duryodhana enviaría rápido a su ejército para eliminarnos y es mejor no afrontarlo todavía tan abiertamente.’
‘Nos disfrazaremos de brahmanes pobres’, concluyó Yudhisthira, ‘y buscaremos hospitalidad con alguien que nos la pueda ofrecer. En cuanto a nuestro sustento, vamos a pedir limosna al igual que hacen todos aquellos que pertenecen a esta orden.’
Así, disfrazados, los Pandavas y su madre entraron en el país y buscaron un lugar donde alojarse. No había pasado mucho tiempo cuando se encontraron con una sencilla y piadosa familia de brahmanes que puso a su disposición algunas habitaciones.
Pasaron días tranquilos.
Los Pandavas estaban contentos, con excepción de Bhima, que tenía el problema de que la cantidad de comida siempre era insuficiente para él. Empleaban el tiempo provechosamente estudiando los textos sagrados y yendo a pedir limosna, pero solo lo que necesitaban para su supervivencia. Pero también ese período de serenidad fue sacudido por una tragedia que los habría implicado.
Sucedió que un día, Kunti, involuntariamente, escuchó unos gemidos dolorosos procedentes de las habitaciones de la familia que los acogió: era un llanto muy convulso y desesperado por lo cual se preocupó mucho y quiso conocer lo que lo motivaba.
‘¿Qué es lo que ha pasado tan grave? ¿Por qué lloran así? Díganme las razones’, pidió con gentileza.
‘¿Es posible que usted no conozca la calamidad que nos está haciendo sufrir? Desde hace muchos años nuestra existencia es un infierno y vivir en esta región se ha vuelto imposible. Lo que ocurre es terrible’, dijo el Brahmana mientras abrazaba a su esposa y a sus dos hijos.
Kunti logró con fatiga que le contaran lo que hacía tan dolorosa la vida de sus nuevos amigos.
‘Hace algún tiempo un fuerte Rakshasa llamado Baka llegó a Ekachakra e inmediatamente empezó sus terribles incursiones. Se introducía en las ciudades y masacraba a los habitantes; robaba y se llevaba lo que quería.
Nuestro Rey trató de intervenir, pero al darse cuenta de que este era demasiado fuerte para él, tampoco intentó luchar y huyó lejos como un cobarde. En ese momento la situación se había vuelto insostenible. No se sabía cómo ponerle fin a la masacre y los asaltos.
Cuando los ancianos del pueblo lograron lidiar con el demonio, al fin este accedió a ponerle fin a sus horripilantes acciones, pero con la condición de que cada semana una familia le enviara a la cueva donde vive a uno de ellos y un carro lleno de alimentos tirado por ocho mulas. Como se pueden imaginar, el Rakshasa se lo comía todo, incluyendo al conductor.
Esta semana le toca a mi familia sacrificar a alguien, y uno de nosotros tendrá que morir.’
Fue tanto el dolor que sacudió a Kunti que decidió reciprocar al Brahmana y a su familia por la hospitalidad recibida.
‘Por favor, no lloren más’, les dijo Kunti. ‘No se preocupen más por el Rakshasa. Yo voy a resolver el problema que afecta a su país. Mi hijo va a ir en su lugar y conducirá el carro hasta la cueva de Baka. Luego le pondrá fin a aquella malvada existencia.’
El Brahmana se sorprendió; por un lado, quería aferrarse a lo que parecía una esperanza de salvación para él y para su familia, pero por el otro lado no tenía la intención de poner en peligro la vida del joven a quien creía ser un joven común. Así que dijo:
‘Sería un suicidio, no puedo aceptar tu propuesta.’
‘Mi hijo no corre ningún peligro’, aseguró Kunti. ‘Usted no sabe de su gran fuerza, que es inigualable. No tema, no hay riesgos para él. Por el contrario, es el Rakshasa quien debería tener miedo.’
El Brahmana, persuadido por los argumentos, aceptó.
Esa misma tarde la madre le contó todo a Bhima.
‘Hijo’, comentó Kunti. ‘Le debemos gratitud a estas personas que nos han ofrecido asilo durante tanto tiempo y también a las personas virtuosas de este país.
Ustedes, que son Kshatriyas, guerreros, tienen el deber de defender a la gente débil y matar a todos los que perturben la paz y la religión. Así es que creo que tú deberías ir adonde el Rakshasa y destruirlo. También, tú que siempre tienes hambre ya que los alimentos que obtenemos mediante la mendicidad son tan escasos, yendo con el carro de Baka podrías saciar tu apetito con lo que está destinado para él.’
Bhima no dio marcha atrás, incluso, aceptó el servicio con alegría. Él estaba feliz de tener así la oportunidad de hacer algo por la familia que siempre había sido tan amable con ellos, y al mismo tiempo, también se sintió aliviado ante la perspectiva de finalmente poder alimentarse de manera satisfactoria.
Se fue el mismo día.
El viaje para llegar al lugar donde se encontraba la cueva de Baka tomó algunas horas. Al principio, pensó causar algo de ruido para llamar al Rakshasa, pero luego lo pensó mejor.
«Si mato al Rakshasa ahora, más adelante tendré que hacer días de ayuno para purificarme del contacto con aquel ser inmundo. Durante este tiempo he comido demasiado poco para esperar más tiempo, por lo que es mejor que coma antes y me enfrente con él después.»
El poderoso Pandava empezó a comer la excelente comida, haciendo fuertes ruidos con las mandíbulas. El Rakshasa oyó el extraño sonido que provenía del exterior y salió a ver lo que estaba ocurriendo. Lo que vio lo dejó por un momento paralizado por la sorpresa: la víctima, en lugar de gritar y pedir clemencia, como siempre habían hecho las demás, no estaba para nada preocupada por el peligro; este estaba comiéndose toda su comida.
Después de la sorpresa, Baka gritó fuerte contra Bhima y al no obtener respuesta se lanzó contra él con una furia inaudita, pero este no se inmuto y continuó comiendo hasta que terminó. Luego se levantó y lo atacó. Después de la furiosa lucha, el Rakshasa cayó tendido al suelo sin vida.
Entonces Bhima arrastró el cuerpo gigantesco hacia las puertas del país y lo dejó allí, para que todos lo vieran. Luego huyó para evitar ser reconocido. Ciertamente, esto no podría haber sido obra de un pobre Brahmana.
Hubo una gran fiesta por la muerte de Baka y por el fin de aquella pesadilla tan terrible. Gracias a Bhima, ahora podrían vivir en paz.
Esta es una sección del libro “Maha-bharata Vol. 1”, en Espanol.
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