No habían pasado muchos días desde su partida cuando entraron en Mithila, decorados e impregnados de un gran aire de celebración.
Visvamitra los condujo inmediatamente a la arena de sacrificio del rey Janaka y se anunciaron. Momentos después vieron a Janaka salir a recibirlos personalmente, acompañado de sus ministros más importantes. Ofreció una puja al santo Visvamitra y le lavó los pies con gran humildad. Después de eso, los hicieron sentararse. Janaka se volvió hacia Rama.
“Querido joven príncipe, ¿conoces la historia del arco de Shiva?”
Rama asintió.
“Si. Visvamitra me la contó y tengo curiosidad por verlo,” respondió.
“Este arco es tan pesado,” dijo Janaka, “que ni los reyes más poderosos de la tierra han podido siquiera moverlo. Estoy decidido a dar a mi hija Sita en matrimonio a quien sea capaz de sujetarlo y darle la cuerda.”
El rey contó brevemente la historia del nacimiento de su hija y luego envió a buscarla. Cuando Sita entró, Rama la vio quedó atónito. Había oído hablar de ella, pero no esperaba ver una mujer así. Sita brillaba con una belleza que no era de este mundo porque venía del mundo donde las formas no tienen defectos ni limitaciones. ¡Nunca había visto a una mujer tan hermosa! Además de la belleza física, una luz profunda de castidad y santidad emanaba de Sita y esto la hacía aún más irresistiblemente atractiva.
Sita miró a Rama y tan pronto como lo vio, su corazón comenzó a latir violentamente. El príncipe era maravilloso: tenía unos ojos como pétalos de flor de loto, su largo cabello negro que le caía por los hombros y cada rasgo era un himno a la belleza. Cuando sus miradas se encontraron, el amor eterno que los unía se despertó e inundó sus corazones. Vishnu y Lakshmi se encontraron en otras circunstancias, en otra situación, unidos por el propósito divino que era la meta de su encarnación. Casualmente, Sita bajó la cabeza y se sonrojó. En su corazón esperaba que Rama intentara levantar el arco y que lo lograra. Rama la contempló. Era su eterna compañera y no pudo apartar su mirada de ella.
“Si me lo permiten, me gustaría ver el arco sagrado de Shiva,” dijo entonces.
Janaka ordenó que trajeran el arco al pasillo. Poco después, el arma fue introducida en un carro gigantesco tirado por diez hombres.
“Mira, oh, hijo de Dasaratha, proclamó Janaka. Reitero la oferta que ya les he hecho a muchos antes que ustedes: si pueden sostenerlo y arreglar la cuerda, les daré a mi hija Sita en matrimonio.”
Rama buscó el permiso de Visvamitra, quien sonrió y movió la cabeza afirmativamente. El príncipe se acercó al arco, lo miró, lo tocó, le ofreció respetuosas reverencias y luego lo agarró. Todos contuvieron la respiración. Y para sorpresa de todos, Rama lo levantó sin ningún esfuerzo aparente. En los planetas celestiales Shiva bailó en éxtasis y todos los Devas manifestaron su alegría. Luego, para ponerle la cuerda, la dobló con tanta fuerza que con un rugido ensordecedor, el arco se partió en dos. Todos perdieron el conocimiento, excepto los sabios presentes, Janaka, Rama y Laksmana.
Con gran felicidad, el rey le concedió a Sita a Rama.
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