“El Rey Sura, de la estirpe de Vrishni, tuvo un hijo llamado Vasudeva y una hija llamada Pritha.
Su primo Kuntibhoja, en cambio, no había podido tener hijos, por lo que Sura pensó darle a su hija en adopción. Cuando la joven entró al palacio del tío, recibió el nombre de Kunti, después de haber sido adoptada por Kuntibhoja.
Fueron años de felicidad para ella, pues con sus modales elegantes y adorables había cautivado el afecto de sus padres adoptivos y el de toda la gente que frecuentaba la corte.
Un día llegó a la ciudad, para una visita, el sabio Durvasa. Este último tenía grandes poderes místicos, pero también era irascible. Se decía que en momentos de ira podía pronunciar maldiciones de resultados terribles y devastadores.
En los días en que este vivió con ellos, Kunti le sirvió con gran empeño y tuvo éxito en la difícil tarea de satisfacerlo.
Antes de partir, Durvasa pensó en recompensarla.
‘Querida joven’, dijo el Rishi, ‘me has servido con un gran compromiso y lealtad, así que quiero darte algo que te será útil en el futuro. Yo te enseñaré un mantra muy poderoso con el que se puede llamar la presencia de los Devas, quienes estarán obligados a cumplir tu deseo.’
En ese momento Kunti era poco más que una niña y no entendió a lo que el hombre sabio se refería por “su deseo”. De hecho, se refería al deseo de tener hijos.
Habían pasado varios meses después de la partida del sabio, cuando una mañana Kunti, al ver salir el sol, quedo encantada con la belleza de esa estrella celeste. Se preguntó qué tan agradable podría ser ver al Deva que gobernaba un planeta tan caliente y fascinante y sintió un fuerte deseo de verlo personalmente. Fue entonces cuando recordó el mantra que Durvasa le había enseñado, e impulsivamente lo recitó, pensando en Vivasvan. Un momento más tarde, la habitación estaba inundada por una luz deslumbrante, y Kunti, protegida por el mismo mantra, se vio frente al adorado Deva. Pero de pronto la joven se dio cuenta de que había actuado superficialmente al llamar frente a sí a una divinidad únicamente por un mero juego infantil, así que después de recitar el mantra ofrecido, se disculpó con él.
‘No hay necesidad en lo absoluto de pedir disculpas, respondió Vivasvan sonriendo, porque tu belleza es tal que también puedes atraer a un habitante de los planetas superiores. Ahora estoy aquí, dispuesto a satisfacer todos tus deseos.’
A Kunti le tomó un tiempo entender la verdad, y cuando se dio cuenta se sintió desesperada.
‘¿Cómo puedo engendrar un hijo? dijo entre lágrimas. No estoy casada todavía; si hiciera algo así nadie me querría más.’
‘No te preocupes por esto, respondió el Deva. Nuestro hijo va a nacer inmediatamente después de nuestra unión y no vas a perder tu virginidad.’
Así nació Karna.
Al nacer, llevaba una armadura natural y dos pendientes hermosos, los cuales eran uno con el cuerpo. Kunti, embelesada por la extraordinaria belleza y gracia del niño, sintió surgir en sí misma un gran amor maternal; pero la razón la obligó a no dejarse llevar por los sentimientos por lo que, colocándolo en una cesta, lo abandonó en la corriente del Ganges, haciéndolo ser observado a la distancia por una joven.
No muchas horas después, la canasta fue recogida por Atiratha, un conductor de carruajes de guerra de la casta de los Sutas y por su esposa Radha, quienes, al no haber tenido hijos y habiendo deseado uno por largo tiempo, lo adoptaron.
Hasta los últimos y trágicos días de la batalla de Kurukshetra, muy poco se conocía sobre la historia de la unión de Kunti con Vivasvan.”
Esta es una sección del libro “Mahabharata, vol. 1”, en Espanol.
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