“Cuando Dhritarastra introdujo de forma paternal su discurso de bienvenida, Yudhisthira no pudo evitar ver falsedad en sus expresiones. Sin embargo, él respondió sin rencor, ocultando su preocupación por las propuestas que más tarde su tío podría hacer. Para él lo más importante era poner fin a una disputa que estaba durando demasiado tiempo, por lo que en ese momento aceptaría cualquier cosa siempre y cuando ni él ni sus hermanos fueran excluidos de su derecho de nacimiento.
La oratoria de Dhritarastra fue larga y llena de palabras amables, hasta que se llegó al punto en cuestión: la posesión de los territorios.
‘Tú, Yudhisthira’, dijo, ‘eres el mayor entre mis hijos y los hijos de Pandu, por lo cual te correspondería por derecho todo el territorio que siempre ha sido de nuestros antepasados. Pero como ustedes desean gobernar y Duryodhana también lo quiere, no pude encontrar argumentos válidos para convencerlo de lo contrario.
Por otra parte, él teme que ustedes deseen privarlo de esta prospectiva hasta que este sentimiento a lo largo de los años se haya convertido en hastío. Creo que sería sabio mantenerlos a todos contentos dividiendo el reino, de modo que por un lado reinarán ustedes, y por el otro, Duryodhana.
Esta es mi propuesta; medítenlo y luego me dicen lo que piensan.’
La aceptación de esta propuesta significaría para Yudhisthira privarse de una parte de su imperio, pero él estaba entusiasmado con la idea. Todos los hombres justos presentes en la reunión aplaudieron.
‘Aceptamos su propuesta como si se tratara de una orden procedente de nuestro propio padre’, dijo Yudhisthira. ‘Lo único que queremos es llevar a cabo en paz nuestros deberes naturales como reinantes. Si la división del reino puede asegurar esto y evitar un conflicto armado, estaremos felices de tener sólo la mitad.’
Entonces, Dhritarastra dijo:
‘Toda la tierra que se extiende al suroeste de Hastinapura será de ustedes, mientras que el resto se le mantendrá a Duryodhana.’
Al oir estas palabras, nadie pudo frenar un estremecimiento de rabia; no era un misterio que la región asignada a los Pandavas era prácticamente un desierto, sin grandes ciudades, ni agua, y sin vegetacion, mientras que el área destinada a Duryodhana era la más próspera y desarrollada.
Dhritarastra buscaba engañarlos, pero curiosamente ni Krishna ni Yudhisthira dijeron nada, y los demás estuvieron en silencio. El hijo de Dharma aceptó con palabras gentiles, agradeciendo de corazón.
Ese mismo día, ante la santa presencia de Vyasa, Yudhisthira fue coronado Rey, y pocos días después los Pandavas viajaron hacia a su territorio.
La capital del reino era Khandava-prastha, una pequeña ciudad que en el pasado había sido la capital de los Kurus. La ciudad había sido tan rica y próspera que todavía era conocido el dicho “rico como Khandava-prastha”. Una vez un Rishi lanzó una maldición desastrosa que la hizo sufrir hasta el punto de reducirla a un pequeño pueblo en el medio de un estéril desierto. En ese momento, en todo su alrededor no se veía nada más que desolación; durante muchos siglos no había crecido nada en aquel lugar maldecido.
Pero los Pandavas no se sintieron desanimados y se pusieron a trabajar. El príncipe de Dvaraka, Krishna, cuyos ojos eran tan similares a los pétalos de la flor de loto, en meditación, llamó a Indra y le pidió que dejara caer prolongadas lluvias con el fin de hacer que el suelo se volviera fértil; y de hecho, en pocos días todo el territorio de Khandava fue inundado por las incesantes lluvias. En honor y agradecimiento a los Devas, la capital con el tiempo sería llamada Indra-prastha.
Entonces Krishna llamó a Vishvakarma, a quien le pidió que construyera maravillosas ciudades con hermosos palacios, fuentes y jardines. La noticia de que en Khandava algo increíble estaba sucediendo comenzó a llamar la atención de mucha gente, e incluso a muchos Devas, y todos estaban deseosos de contribuir al logro del fantástico reino de los Pandavas.
No había pasado mucho tiempo y donde antes se veían extensos terrenos secos, comenzó a transformarse en un lugar lleno de vegetación, ríos y lagos y fantásticas ciudades.
La increíble noticia con respecto al nuevo imperio de los Pandavas se extendió rápidamente y acudieron corrientes de personas de todo el mundo, asegurando así que en el reino de los virtuosos hermanos se podría vivir sin privaciones materiales ni espirituales. Pronto Khandava-prastha se pobló de ciudadanos.
Llegó el día de la inaguracion.
Vyasa mismo y muchos otros sabios con sus corazones libres de todo apego a este mundo llegaron para dirigir personalmente la ceremonia y recitar auspiciosos mantras védicos.
Cuando todo hubo terminado, Krishna y los Vrishni se despidieron y regresaron a Dvaraka. En Indra-prastha muchos sabían quién era Krishna y lo amaban con todo su ser, por lo que al momento de Su salida se sentíeron como abandonados. Pero en sus mentes, Él siempre permanecía presente. Para los Pandavas había comenzado una nueva vida de serenidad; los terribles tiempos de Varanavata parecían haber transcurrido hacía miles de años.”
Esta es una sección del libro “Mahabharata, vol. 1”, en Espanol.
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