No es posible para el hombre ignorar la realidad de la existencia del mal en la vida que tiene que vivir en este mundo.
El principio del mal tiene, por supuesto, su existencia en la mente humana. No es en absoluto ningún inexplicable instinto espontáneo, sino que constituye un elemento muy real sujeto a ser juzgado racionalmente. Estar adicto a los placeres de los sentidos de una forma desmedida, que destruya todo auto-control, es visto por todo el mundo, como un estado mental moralmente condenable, pero es un hecho que cualquiera puede caer en esa condición maligna.
Por lo tanto, la existencia del mal no es algo meramente imaginario o inexplicable. Todas las personas admiten a través de su propia conducta la posibilidad de la prevención y la mejora de este mal. Es por ello muy razonable emprender un serio estudio sobre las causas que hacen que este principio del mal aparezca.
Para prevenir cualquier malentendido sobre la naturaleza de este tema, es necesario proceder a definir el principio del mal. En primer lugar tenemos el concepto naturalista, el cual identifica el principio del mal como la ausencia de conocimiento de las leyes de la Naturaleza física. Este tipo de actividad, que transgrede y va en contra de las leyes de la Naturaleza, es definida como maligna por esa escuela de pensadores. En acuerdo a esta regla, el estudio de las Ciencias físicas puede ayudar a una persona a no seguir el camino del mal. Ellos claman que es obvio que con el avance y la difusión del conocimiento de la Naturaleza física, el principio del mal ha ido desapareciendo rápidamente del la vida del hombre.
En oposición a este optimista punto de vista, los idealistas mantienen que ninguna conducta puede ser considerada realmente buena, si no se tienen en cuenta ciertos principios que no se derivan de la operativa inanimada de las fuerzas materiales.
El principio del amor puede preferir actuar incluso en oposición a las leyes de la Naturaleza física, para poder ser leal a su propio más alto ideal.
Así pues, los idealistas buscan hallar la verdadera explicación de la conducta moral en las leyes que regulan y originan las actividades conscientes de la mente humana. La mente humana es perfectamente libre de tomar sus propias decisiones. Siempre actúa con un propósito consciente. Este propósito tiende a la realización de un cierto estado de sí misma, que aparenta valer la pena obtenerlo.
La escuela naturalista asume que el propósito de toda persona es buscar evitar los inconvenientes que resultan de la ignorancia de las leyes de la Naturaleza física. Pero esto no puede ser un propósito en sí mismo. El conocimiento de las leves de la Naturaleza, sólo puede capacitar a una persona para hacer uso de esas fuerzas de la Naturaleza. para conseguir algo para el mismo. Ciertamente tiene una utilidad como un medio para conseguir una finalidad. Pero la finalidad en sí misma es decidida por la absoluta capacidad de decisión del individuo. Si uno decide emprender un viaje de Calcuta a Londres donde tarde poco, el puede ayudarse por los medios de un transporte rápido, el cual está a nuestro alcance debido al progreso del conocimiento científico. Pero el progreso de conocimiento científico, no tiene nada que ver con la intención de emprender tal viaje. En acuerdo a los idealistas, una persona desea ir de Calcuta a Londres, porque la idea de estar en Londres le parece una condición mejor, en general, que la idea de estar en Calcuta. En otras palabras, nadie esta satistecho con su presente situación, y todo el mundo desea un cambio a mejor, en acuerdo a su individual criterio particular.
Los idealistas, por tanto, definen el principio del mal, como un estado mental que nos parece indeseable o no apetecible en comparación con el estado ideal. El conocimiento de las leyes de la Naturaleza física nos puede ayudar a comprender ese ideal, pero no es el ideal en sí mismo.
Todas las escuelas están de acuerdo en que el propósito de todas las actividades humanas es conseguir la verdadera condición de felicidad. Pero el ideal del verdadero estado de felicidad varía en acuerdo a cada individuo y además, incluso en el mismo individuo, varía de momento a momento; éstas diferencias producen un conflicto de intereses e ideales, que hacen que su consecución sea completamente imposible. Lo que una persona decide en un momento determinado, puede cambiar por su propia decisión, al momento siguiente. La actividad de una persona es condenada por otra como inmoral, desde el punto de vista del que la observa, incluso cuando el que la ejecuta está convencido de que está haciendo lo correcto. Bajo estas circunstancias el principio del mal puede tener sólo una existencia dudosa y cambiante.
Y aunque tal estado de cosas no pueda satisfacer plenamente las condiciones de una clara definición de peso, aún así es posible indicar su naturaleza en la forma descrita anteriormente.
El principio del mal tiene pues que ir en referencia con la naturaleza particular de cada individuo en un momento determinado.
Él prefiere un cierto ideal y condena todas las actividades que no van en acuerdo con el mismo. La contemplación de tales actividades por parte de otra persona también lo hace infeliz.
La escuela pesimista en India y en otros países ha propuesto el parar de las funciones mentales, como único método de librarse del problema del mal. Pero los pesimistas no proponen ningún substituto para llenar ese vacío. Además es imposible retener la existencia propia parando las funciones mentales. La propuesta equivale a un consejo de auto-destrucción. Si esto fuese posible destruiría ambos, tanto el bien como el mal.
Los pesimistas no proponen acabar también con la felicidad. Si la vida entera fuese realmente un cúmulo de miserias, aún así permanecería la necesidad de encontrar un cúmulo de felicidad.
El principio del mal es por lo tanto debido en parte a la naturaleza de la función mental y en parte al entorno. Ambos factores son contrarios a nuestra permanente y pura felicidad. ¿Es posible evitarlos sin suicidarse y encontrar una felicidad duradera que vaya más allá del alcance de estos entes perturbadores?
Nosotros tenemos información en las Escrituras, la cual está al alcance de nuestras almas.
La información en sí misma provee del entorno para el ejercicio de la función del alma, que ella misma evoca. La iniciativa en este proceso es tomada por la otra parte. El proceso se asemeja al despertar a alguien que está dormido, por parte de alguien que ya esta despierto. La persona despierta toma la iniciativa.
En el caso de la función mental la iniciativa la toma la Naturaleza.
La persona dormida tiene la experiencia de tener sueños que se le aparecen sin tener el que buscarlos. De la misma forma, él puede ser despertado sólo por una iniciativa externa. Pero, una vez está despierto el está también en disposición de actuar por sí mismo.
En su sueño él se imagina que es capaz de actuar como le viene en gana. Pero es un hecho, que eso no es verdad. Las extremidades de una persona dormida no pueden ser movidas por él mismo, aunque él puede que sueñe que las está moviendo. La diferencia entre la función mental y la función espiritual es análoga a la que existe entre una persona dormida y una persona despierta.
Sería corecto decir que la función mental es al fin y al cabo como una terrible pesadilla y, por lo tanto, obliga al que está soñando a tratar constantemente de librarse de la miseria que le comporta. El que sueña nunca sospecha que está sonando o que podría librarse de su suero si despertara.
Las varias especulaciones en cuanto a métodos a través de los cuales los filósofos propone librarse de las admitidas miserias de la vida no son más efectivos que los planes que puedan ser imaginados por esa persona que sueña.
Todas esas especulaciones prueban ser fútiles tan pronto como la persona que sueña despierta de su sueño.
Las Escrituras nos proponen abandonar todas las funciones mentales que vayan dirigidas hacia un entorno mundano. Eso es ininteligible para el que sueña, ya que ni sabe ni puede comprender otro tipo de funciones y entornos.
Pero, hay una gran diferencia entre el sueño y el estado condicionado del alma. El que sueña no puede escuchar la voz de ninguna persona despierta durante su sueño. Pero el alma condicionada si puede escuchar la voz del alma que no está sujeta a la función mental o al entorno mundano. El alma liberada habla al alma condicionada en un lenguaje que ella pueda entender, pero refiriéndose a la función desconocida del mundo desconocido. Si el alma condicionada le presta realmente atención a lo que escucha por parte del alma liberada, entonces, por su propio esfuerzo, puede recobrar su condición despierta. Pero también es libre de escoger no hacerlo. El principio del mal acompaña al principio del bien en nuestra vida mundana. Si no existe el mal, tampoco puede existir ningún bien terrenal. Son los aspectos complementarios de una función indivisible. Aquellos que proponen eliminar el mal terrenal para asegurar un bien puro terrenal, se ocupan en perseguir una quimera. El mal terrenal y el bien terrenal emanan de la misma causa, llamada la condición encadenada del alma.
En el estado no condicionado no existe ni bien terrenal ni mal terrenal. Eso no puede comprenderse, a menos que el que sueña escoja despertar del estado de sueño, por prestarle atención al mensaje de las Escrituras, entregado a él por las almas liberadas.
El alma condicionada puede liberarse de las ataduras de este mundo si escoge prestar atención a las enseñanzas de las Escrituras. Él no puede liberarse del estado condicionado a menos que siga el método dado en las Escrituras.
En este mundo nadie puede conseguir su objeto (de deseo) a menos que obedezca las leyes de la Naturaleza. En el plano del alma libre, uno tiene que someterse también a las leyes de ese mundo, para poder obtener los objetos de su deseo. La diferencia entre los dos mundos es que, mientras que en este mundo nunca es posible conseguir lo que se desea, en el mundo espiritual es inevitable conseguir la plenitud de todos nuestros deseos.
Pero tal como uno es libre, en este mundo, de escoger lo correcto, similarmente él no es menos libre de escoger entre el método correcto y el equivocado, en el umbral del reino espiritual.
Es, en esta tierra de nadie, que se halla entre el reino de lo mundano y el reino espiritual, donde el principio del mal hace su aparición, conjuntamente con el principio del bien mundano, como resultado de la libre elección por parte del alma del sendero equivocado, desde su propia posición de inestabilidad, en la completa planificación de la existencia.
Artículo completo de la revista The Harmonist, publicado en setiembre de 1932,
Volumen 6
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