Un día, después de haber terminado sus ritos religiosos y sus abluciones, el sabio regresó a la ermita. Y allí, radiante con la luz de mil soles, se le apareció Brahma, el primer ser nacido, el que diseñó y construyó el universo en el que vivimos. Asombrado por esa repentina visión, Valmiki se postró en el suelo, ofreciéndole respetuosas reverencias. Con voz profunda, el gran Brahma le dirigió estas palabras:
“Oh, Muni, esa maldición y la forma en que la pronunciaste no fue un accidente. Sucedió por mi voluntad. Tienes una misión en este mundo y no debes demorarte más. Debes componer el poema de la vida del rey Rama como lo escuchaste de mi hijo Narada”.
Al oír esas palabras, Valmiki sintió su corazón invadido por una gran alegría, y no solo por el hecho de tener a Brahma, el hijo directo de Vishnu, sino también por esa petición que confirmó el deseo que ya sentía en su interior. Brahma no había hecho más que ordenarle expresamente que hiciera lo que sentía que era un deber y también una necesidad interior precisa. Pero tenía dudas. ¿Podría hacerlo? Brahma, comprendiendo sus perplejidades, lo tranquilizó diciéndole:
“No te preocupes. No dudes de tus habilidades. Cuenta lo que sabes, y todo lo que aún te queda por saber te será revelado en meditación. Con la compilación de este poema ganarás fama eterna. Puedes estar seguro de que esta historia será recitada y escuchada mientras existan los mares y las montañas. Vivirás feliz por mucho tiempo en esta tierra, continuó Brahma, y entonces disfrutarás de las alegrías de los planetas celestiales.”
Después de decir esto, Brahma desapareció y Valmiki se convenció de que esa era su misión.
Esta es una sección del libro “Ramayana Tal Como Es”, en Espanol.
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