“A medida que el clamor se fue calmando, todo el mundo miraba a los Pandavas, a Duryodhana y a Dhritarastra, a la espera de nuevos acontecimientos. Una sensación helada como la muerte circuló entre los presentes y las expresiones de Arjuna, Bhima y los gemelos no prometía nada bueno: Bhima soplaba como un toro furioso, el hijo de Indra empuñaba el arco y la carcasa en forma evidente de amenaza, mientras que Nakula y Sahadeva tenían sus manos sobre la empuñadura de la espada, listos para saltar.
Conscientes del terrible giro que habían tomado los acontecimientos, Bhishma, Kripa, Vidura, Drona y todos los demás Reyes y sabios se sintieron consternados y preocupados por lo que pudiera pasar. La historia había dado un alarmante giro. Sólo Dhritarastra y su hijo estaban visiblemente felices: por ello el Kurava se levantó de su asiento y abrazó a su tío con un sentimiento entusiasta.
Cada vez más enojados, los Pandavas estaban esperando solamente una señal del hermano mayor para desencadenar una batalla; dentro de ellos no querían nada más que masacrar a los malvados. Los dados fueron manipulados y ellos se dieron cuenta de que habían sido engañados. Yudhisthira no decía nada; miraba desconsolado el suelo y apenas se movía.
De pronto se oyó la voz de Duryodhana, impresionado por la forma amenazante de los primos.
‘Mi querido tío’, le dijo a Sakuni, ‘te agradezco en nombre de mi familia por las riquezas que has logrado ganar y no debemos preocuparnos si nuestros primos nos están amenazando con gestos y frases pronunciadas entre dientes. Hemos conquistado legítimamente sus tesoros, y ha llegado el momento en el que ellos también deberán aprender a perder. Pero no pensemos más en ellos: vamos a disfrutar de este momento de felicidad.
Llamen a Draupadi y háganla venir aquí, así podremos decirle que ya no es una Reina sino la esposa de cinco esclavos. Enviémosla hoy mismo adonde nuestros instructores, para que pronto pueda aprender sus deberes de sirvienta.’
‘¡Duryodhana!’, gritó Vidura, ‘¡Draupadi no es tu esclava! Cuando Yudhisthira jugó por última vez, ya había perdido a sí mismo y ya no podía disponer de nada más. Hay que tener en cuenta que también es la mujer de sus hermanos y Yudhisthira no les pidió permiso para ponerla en la mesa de las apuestas. Así es que no has ganado a Draupadi.
Además, Duryodhana, te advierto que no debes provocar más a los Pandavas porque su paciencia puede terminar. Míralos; una sola palabra más y en pocos momentos van a destruir a tus familiares y a tus amigos. No insultes a Draupadi llamándola esclava. Un acto similar podría significar tu fin.’
Con aquellas palabras, Duryodhana gruñó y desdeñándolo, por respuesta se volvió hacia Pratikami diciendo:
‘Amigo mío, vaya donde Draupadi en sus apartamentos, y dígale que venga de inmediato. Su nuevo jefe, Duryodhana, el hijo de Dhritarastra, le ordena que se presente delante de él.’
Al observar las expresiones de los Pandavas, Pratikami vaciló, dudando sobre qué hacer.
‘¿Tienes miedo de los hijos de Pandu?’ Preguntó entonces el Kurava en tono de burla. ‘No lo tengas. Ellos son nuestros esclavos. Son como serpientes cuyo veneno se les ha eliminado. Ya ellos no le podrán hacer daño a más nadie.’
Al oír esas palabras, Pratikami fue rápidamente a las habitaciones de la Reina y le contó lo que había sucedido.
Esta, aturdida, dijo:
‘Vuelve a donde mi marido y pregúntale si primero ha perdido a sí mismo o a mí.’
Pratikami regresó a la sala y se volvió hacia a Yudhisthira, quien estaba con la cabeza inclinada, sin mirar de frente a sus opresores.
‘Oh Rey, tu esposa quiere saber si la has perdido a ella o a ti mismo primero.’
Pero como este no respondió, Duryodhana se levantó y con resonante voz ordenó:
‘Amigo, este no es momento para Yudhisthira dar explicaciones. Vuelve adonde ella y dile que su marido se niega a responder. Dile que venga a hacer la pregunta en persona.’
Cuando Pratikami volvió a salir del salón, el ambiente de tensión había crecido enormemente: en los ojos de Bhima, Arjuna, Nakula y Sahadeva pudieron leer la ira frustrada de los que quieren destruir un planeta entero. Pero Yudhisthira, que era el hermano mayor, todavía no se movía y no decía nada.
Mientras tanto Draupadi, ante aquel nuevo mensaje, dijo:
‘No puedo presentarme delante de los demás. Hoy empezó mi ciclo menstrual y por consecuencia tengo solamente una sola pieza de tela para cubrir mi cuerpo. Presentarse así ante los Brahmanas y los ancianos no es respetable. Vuelva de nuevo ante mi marido y pregúntele qué es lo que tengo que hacer.’
Pratikami, claramente nervioso, se dirigió de nuevo al salón donde estaban reunidos los hombres y repitió las palabras de la Reina.
Luego Yudhisthira levantó la cabeza y dijo:
‘Dile así: las vías del dharma son a menudo muy ramificadas y difíciles de entender, y no sé si he hecho bien en este momento. Yo no sé si actué bien en esas circunstancias, pero siempre he tratado de actuar de acuerdo con los dictados de las leyes divinas que nos han transmitido. Puede ser que lo haya hecho bien o tal vez me equivoqué en todo; no lo sé. Pero aquí hay tantos sabios y Reyes de amplios conocimientos, que definitivamente entienden estas leyes mejor que yo. Ven tú misma aquí, y pregúntales que es correcto hacer.’
Ante aquellas palabras, los demás Pandavas se volvieron aún más furiosos y comenzaron a moverse febrilmente en sus asientos agitando sus armas en el aire con una energía frenética. En ese momento Pratikami, muy asustado, se negó a volver de nuevo adonde Draupadi.
Así Duryodhana, riéndose fuertemente, se volvió hacia su hermano.
‘Dussasana, hermano mío, nuestro Pratikami tiene miedo. Ve por nuestra esclava y tráela aquí ante nosotros. Demuestra cómo nadie tiene que temer nada de nuestros enemigos.’
Embriagado por la atmosfera de los juegos de azar y riéndose, el Kurava irrumpió con fogosidad en la habitación de la Reina y gritó:
‘¡Fuiste ganada por Duryodhana, y ahora estás a su servicio! ¡No tardes más en obedecerle! Él quiere que trabajes en su corte, pero si eso no te gusta lo puedes evitar aceptándolo como marido. De esta manera podrás seguir viviendo como Reina.’
Ante estas palabras insultantes, Draupadi se levantó de un salto y lo miró con ojos enojados; entonces, al darse cuenta de la evidente intención de Dussasana de agarrarla, trató de escapar a las habitaciones de Gandhari para encontrar protección. Pero antes de que pudiera llegar, Dussasana la alcanzó, la tiró al suelo y la agarró por el pelo, arrastrándola consigo.
La hija de Drupada, nacida directamente por el fuego del sacrificio, con los pelos santificados durante el Rajasuya, fue arrastrada al suelo como una vil sirvienta. Nunca se había cometido un insulto tan grave contra una Reina.
Habiendo sucumbido a la ira y a la intoxicación de la ganancia del juego, Dussasana no reflexionaba; tampoco sospechaba que en realidad en aquel momento no había agarrado el pelo de una mujer, sino una serpiente de fuego ardiente que habría de destruido.
Así que el infame se presentó en la sala, arrastrando a la sollozante Draupadi por el cabello. Ante esa escena impía todos se pusieron de pie consternados, gritando insultos y condenas al segundo hijo de Dhritarastra.
Draupadi temblaba por el miedo y lloraba. Los Pandavas temblaban como si hubieran sido sacudidos por una tremenda corriente.”
Esta es una sección del libro “Maha-bharata Vol. 1”, en Espanol.
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