“Habían transcurrido diez meses durante los cuales Draupadi había pasado gran parte de su tiempo en compañía de la Reina, hablando amigablemente con ella sobre diversos temas.
Sudeshna tenía un hermano llamado Kichaka, quien era un luchador tan fuerte y digno de respeto que Virata lo había designado general de su ejército.
Un día, mientras estaba pasando por los jardines de su hermana, vio a Draupadi, tan bella como la más bella Apsara, igual que Urvashi, Tilottama y Menaka. Admirándola con deseo codicioso, Kichaka se detuvo, sorprendido de que en la corte existiese tanta belleza y que no se lo hubiesen informado. Fue a su encuentro y le preguntó su nombre.
‘Su mirada me ha hechizado, por lo que hoy puedo pedirte que seas mi esposa favorita. Te ruego me aceptes; yo sabré hacerte feliz.’
‘Me llamo Sairandhri y soy la esposa de cinco Gandharvas a quienes no puedo traicionar’, dijo dulcemente con cuidado de no ser descubierta, ‘y son muy celosos, así es que si quieres seguir viviendo abandona esta idea loca nacida de un enamoramiento repentino. Mis maridos son muy fuertes y vengativos, y te puedo asegurar que si saben que estás cortejando a su esposa te matarían sin ningún escrúpulo.’
Una vez dicho esto Draupadi se fue rápidamente.
Kichaka la vio desaparecer sin habla, sorprendido por tanta maravilla y tal gracia de movimiento. Las palabras de Draupadi parecían no haber surtido efecto alguno sobre el general, ya que, en cuanto se recuperó de su asombro, se dirigió inmediatamente a donde su hermana para contarle todo.
Sudeshna trató de persuadirlo de todas las maneras para que la olvidara.
‘No puedo, no puedo. Desde que le vi he perdido la serenidad de la mente y no dejo de pensar en nada más que en ella. No creo que con el pasar del tiempo la olvidaría. Querida hermana, nunca he visto una mujer tan hermosa y la deseo como nunca lo he hecho en la vida. Por favor, permite que nos encontremos en un momento propicio para que yo pueda hablar con ella tranquilamente. Voy a tener éxito, estoy seguro. Si haces eso por mí te estaré siempre agradecido.’
Creyendo que no podría pasar nada más serio que una proposición rechazada para limitarlo, Sudeshna le prometió a su hermano que le daría una mano.
Dos días después la Reina Sairandhri la llamó y le pidió que trajera algo de beber a Kichaka que en ese momento estaba en su casa. Draupadi estaba muy preocupada.
‘¡Oh, no, mi Reina! ¡no me envíe adonde él! El otro día me detuvo y me hizo proposiciones. Estaba muy agitado y parecía haber perdido la cabeza debido a una pasión malsana. Te lo ruego, no permitas que vaya sola a su casa.’
‘Amiga mía, vas a ir allí bajo mis órdenes y por eso él no se atreverá a molestarte. No tengas miedo, ve tranquilamente.’
La Reina hizo caso omiso al pedido de la mujer y esta tuvo que tomar el contenedor de oro y dirigirse a la casa.
Apenas Kichaka la vio en la puerta, sus sentidos se inflamaron; así, le quitó el contenedor de las manos e intento abrazarla. Aterrorizada, Draupadi fue capaz de liberarse y huir a la sala del concejo, donde en ese momento estaban reunidos los dignatarios de la corte. La reunión fue interrumpida bruscamente luego de la entrada de Draupadi pidiendo ayuda. Ella fue seguida por Kichaka, quien, por su parte, se mostraba alterado por la ira y la frustración.
Y, delante de todos, se repitió la terrible escena de doce años atrás: Kichaka agarró por el pelo a Draupadi y la tiró al suelo, sacudiéndola furiosamente. Todo el mundo parecía asustado y nadie dijo nada.
Ese día, casualmente, Bhima estaba presente. Al ver a su esposa por segunda vez insultada de ese modo tan bárbaro, el Pandava estuvo a punto de atacar a Kichaka, pero un gesto de Yudhisthira a tiempo lo hizo detenerse.
Draupapdi estaba llorando en el suelo, con el pelo despeinado, e imploraba a sus maridos quienes no eran capaces de protegerla. Yudhisthira, por temor a que, si se reivindicaban abiertamente, los espías de Duryodhana pudieran descubrirlos, se esforzó por mantener la calma y logró contener la furia de Bhima diciéndole palabras sabias.
Entonces Draupadi apeló a Virata, pero también pendiente de su general, este no se atrevió a tomar parte en el asunto, en cambio, dejándola desconsolada, regresó a su apartamento.
Sudeshna al verla en ese estado le preguntó lo que había sucedido.
‘Tu sabías exactamente lo que tu hermano quería de mí’, dijo Draupadi enojada, ‘y no obstante pretendiste que yo fuera a donde él. ¿Y ahora me preguntas qué sucedió? Cuando mis maridos me venguen y Kichaka se encuentre en el suelo sin vida, recuerda que habrá sido por tu culpa.’
Parecía tan segura de lo que decía que Sudeshna empezó a temer por la vida de su hermano.
Esa noche, estando en la oscuridad más profunda, teniendo cuidado de no ser vista por ninguna persona, Draupadi salió de su habitación y fue a ver a Bhima. Lo sacudió hasta que lo despertó.
‘Levántate, oh, Bharata, ¿cómo puedes dormir después de que tu esposa ha sido insultada y golpeada de esa manera?’, le preguntó.
Bhima se despertó y la encontró llena de sufrimiento y miedo. No soportaba el verla llorar así, por lo que, limpiándole los ojos, le dijo:
‘No te preocupes por nada, Reina. Sabes que nunca he permitido que te sucediera nada similar, pero por desgracia es la segunda vez que he aceptado obedecer a mi hermano. En cuanto a ese cobarde que ha osado alzar la mano en contra tuya, una mujer indefensa, no le soportaré otra. Sus días han terminado, lo juro. Escucha: mañana irás adonde él y pretenderás querer aceptar sus propuestas. Tendrás que decirle que vaya esa misma noche al salón de huéspedes donde lo esperarás. Ese miserable no podrá imaginar a quien encontrará en esa cama: será a un Gandharva, quien lo matará.’
Feliz por la promesa de su marido, Draupadi volvió a sus habitaciones y durmió serenamente.
A la mañana siguiente, ella se aseguró de ser vista por Kichaka y apenas tuvo la oportunidad de hablar a solas con él le hizo creer que había decidido aceptar su amor. Fuera de sí de la alegría por el inesperado cambio de idea de la amada, todo el día no hizo más que pensar en ella y prepararse para el encuentro. Interiormente maldijo el tiempo que parecía no pasar nunca.
Finalmente, entre los tormentos de los deseos de la carne, llegó la medianoche.
Esta es una sección del libro “Maha-bharata”, en Espanol.
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