Una vez, mucho tiempo atrás, cuando se estudiaban los libros sagrados llamados Vedas, aquellos que deseaban la realización espiritual se retiraban a los lugares sagrados de los cuales la India todavía es rica hoy. La vida de las personas se dividía en varias etapas y la culminación era la renuncia a todo apego a las cosas materiales antes de que el tiempo ineludible ejerciera su fuerza llevándoselo todo con la muerte. El sabio Valmiki, autor de la obra que es el tema de nuestra historia, fue una de esas personas. Después del período en el que la ignorancia había oscurecido su corazón, se retiró a una ermita en el bosque para estudiar y meditar. Valmiki se convirtió en un sabio muy famoso y respetado. Gracias a su ascetismo había desarrollado notables poderes místicos.
Un día recibió la visita de Narada Muni, su maestro espiritual. Después de ofrecerle el respeto debido a un guru, los dos sabios se sentaron a la sombra de un gran árbol banyano, no lejos de la ermita de Valmiki. Allí comenzaron la conversación.
“Tengo mucha suerte de haberte conocido,” dijo Valmiki. “Gracias a ti fui iniciado en el canto de los sagrados mantras védicos a través de los cuales he logrado un gran progreso espiritual. Además, he estudiado todas las Escrituras y me has enseñado los puntos esenciales. Hoy tengo una curiosidad y te ruego que la satisfagas.”
Narada sonrió. Es una suerte para un maestro tener discípulos que sepan cómo hacer las preguntas correctas; esta fue una oportunidad para él recitar historias sagradas que podrían purificar el corazón. Sabía que Valmiki era un buen discípulo.
“En este mundo,” continuó, “hay muchos reyes santos e incluso grandes sabios que han controlado completamente sus pasiones. Pero me gustaría saber: ¿quién es el más grande entre ellos? ¿Quién es el más famoso, el más noble, el más veraz y el más firme en sus votos? ¿Quién es la personalidad más grande de este tiempo?”
Narada no tuvo que pensarlo mucho; parecía no tener dudas. Era evidente que ya estaba pensando en alguien en particular y volvió a sonreír, agradeciendo a su discípulo por darle la oportunidad de hablar de ello. Parecía particularmente feliz.
“En la dinastía Ikshvaku,” respondió Narada, “nació Rama, un hombre tan noble y virtuoso como este mundo nunca había vis. Sus cualidades no tienen límites y es una gran alegría para mí y para cualquier otra persona contar sus hazañas. Si quieres puedo contarte su sagrada historia.”
Valmiki asintió felizmente, y el día vio a los dos sabios sentados a la refrescante sombra del árbol gigante hablando sobre la sagrada historia del rey Rama. La atmósfera alrededor era maravillosamente serena y dulce, y mientras Narada se preparaba para contar la historia de Rama, los discípulos de Valmiki vinieron y se sentaron alrededor, atraídos por esas palabras y por cómo estaba sucediendo la recitación. Fue muy grato. Nunca antes se había contado una historia tan hermosa. Todos sintieron una gran admiración por ese rey y por la abnegación con que gobernaba su reino, admiración por sus principios morales, por el amor que sentía por el prójimo hasta el punto de renunciar a todo lo que más le gustaba y admiración por sus cualidades espirituales.
Valmiki nunca logró olvidarla.
Esta es una sección del libro “Ramayana (Tal como es)”, en Espanol.
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